Solos en la noche pálida

“Días en que una palabra lejana se apodera de mí. Voy por esos días sonámbula y transparente. La hermosa autómata se canta, se encanta, se cuenta casos y cosas: nido de hilos rígidos donde me danzo y me lloro en mis numerosos funerales. (Ella es su espejo incendiado, su espera en hogueras frías, su elemento místico, su fornicación de nombres creciendo solos en la noche pálida)” El árbol de Diana, Alejandra Pizarnik.

En esta exposición la oscuridad y la penumbra emergen como escenarios poderosos para explorar el potencial político y poético de la incertidumbre. Solos en la noche pálida propone paisaje pictórico de introspección y agitación, pero también de fantasía onírica, deseo y psicodelia. Lo confuso, lo borroso, lo incierto se propone como espacio de posibilidad.

La muestra reúne una serie de pinturas y obras sobre papel producidas en los últimos años e incluye piezas de Carlos García-Alix, Blanca Guerrero, Lucía Gutiérrez Vázquez, Leopoldo Mata y Alejandro Villa-Durán. Desde diferentes lenguajes, de lo figurativo a la abstracción, los artistas ahondan en diferentes vivencias y aproximaciones de lo nocturno, proponiendo la noche como algo que va más allá de una franja horaria y que es amiga de otras nociones, como lo ambiguo, lo alterno, lo confuso. El sueño, la psicodelia, lo brillante, la ceguera, el exceso, el refugio. Una dimensión paralela donde aparentemente reina el silencio y donde quizá estamos más vivos. En el sueño desaparecen los límites, emerge el inconsciente, en la oscuridad florece otro mundo.
Carlos García-Alix
En su particular enfoque artístico, sumerge la realidad en la penumbra de la noche, creando cuadros que se materializan en tan solo 15 minutos. Sus obras son anotaciones sobre la noche, capturando la esencia de entrar o salir de este misterioso periodo. García-Alix logra plasmar momentos y estados específicos, especialmente en el anochecer, convirtiendo la noche en una materia palpable. Su abordaje es formal y tradicional, arraigado en la observación evidente, destacando la necesidad de ser rápido en su expresión, reflejando la fugacidad de la noche y capturando visualmente la sensación de un cielo azul en plena oscuridad.
Lucía Gutiérrez Vázquez
Madrid, 1992. Se sumerge en la realidad costumbrista a través de la exploración de paisajes inciertos y ambiguos. Su enfoque figurativo se manifiesta en la representación detallada de elementos como personas, manos y corazones, creando una conexión íntima entre el espectador y la obra. Gutiérrez busca capturar sensaciones y atesorar momentos vividos, explorando la cotidianidad con una perspectiva nostálgica. A través de la técnica de lo borroso, desafía al observador a preguntarse "¿qué estoy mirando?" y a afilar su mirada para descubrir lo esencial. La artista se sumerge en la rehacer el cuadro, utilizando la pintura como una herramienta para sintetizar lo más significativo de la experiencia. En su obra, lo protagonista no es solo la imagen en sí, sino la capacidad de la pintura para revelar y preservar la esencia de un momento.
Blanca Guerrero
(Madrid/Nueva York, 1991) fusiona la fotografía, la pintura y el collage para crear espacios sugerentes, donde la luz en la sombra cobra un protagonismo singular. Su proceso creativo se inicia con una observación consciente, renunciando a sí misma frente a paisajes o momentos significativos. En su obra, busca perpetuar la esencia sensorial de fenómenos efímeros como el deslumbramiento del sol, la oscuridad de la noche y los matices de la penumbra. Guerrero aspira a dar dimensión física a percepciones fugaces, revelando la luz en toda oscuridad. La eliminación selectiva de la luz en su trabajo da forma a la composición, emergiendo figuras, horizontes y luces detrás de montañas mediante un proceso manual y místico. Su enfoque apunta a capturar un estado perpetuo de penumbra, convirtiéndose en testigo y persiguiendo constantemente la esencia efímera de la observación, una fuga constante que evoca el concepto japonés de "yugen".
Leopoldo Mata
(Badajoz, 1994) tras acabar el grado en Bellas Artes en Cuenca pasó varios años en Paris donde se desarrolló como artista del tatuaje. A su vuelta a España estudió el master Landa (Laboratorio Anual para Nutrir la Dispersión Artística) en Espositivo, momento en el que retomó su práctica artística como pintor hasta ahora.

"Si hay un patrón con el que me sienta cómodo para hacer una aproximación a mi trabajo es la yuxtaposición de diferentes lenguajes visuales como consecuencia del abandono de ideas a medio camino de ejecución que a menudo son solapadas con otras ideas/sistemas, evocando a la dispersión y a la no aprehensión de ninguna verdad. Me interesa construir desde el ruido y la interrupción continuada que caracteriza nuestro presente incluyéndola en el proceso pictórico; jugar con conceptos seriamente por un rato para derribarlos más tarde con una sensación generando una miscelánea que habla de mi manera de entender el mundo contemporáneo."
Alejandro Villa-Durán
(Jalisco, 1993) es graduado por el Royal College of Art, Londres. Previamente estudió Diseño Textil en Central Saint Martins Londres.

El punto de partida de su obra pictórica y escultórica es la “coreografía intuitiva”, término que condensa una repetición metodológica: salir, desplazarse para volver y luego trazar el recorrido. En general, estos viajes fuera de la ciudad buscan que el cuerpo se convierta en el medio para una presencia atenta en su entorno. La apuesta no es por una interpretación de lo natural, sino por una relación singular que permite al cuerpo generar un diferencial al verse afectado por el encuentro: es decir, por lo imprevisible. La sensación se abre y la percepción responde estableciendo una línea de interpretación, una posición -con vistas a ser compartida- sobre lo experimentado.

Al regresar, comienza la segunda parte del proceso. Pensando en la producción como una especie de tránsito, Alejandro Villa, suele trabajar en series que le permiten explorar lo vivido y lo experimentado, al tiempo que éste se ve afectado por los materiales y las condiciones de cada medio.

En pintura, el límite es la propia paleta de colores, que selecciono antes de empezar. Más que una representación, la pintura es para mí una coreografía que empieza y termina con el cuerpo: la mano traza, pero el cuerpo se mueve sobre el lienzo. Esto emite una temporalidad ligada al trance entre pintura y memoria; la pintura es la presencia frente al cuadro, mientras que la memoria (del viaje que precede a la práctica) es el contrapunto que construye el ritmo de la composición. En ella, la superposición de marcas y manchas es tan relevante como el vacío que sustenta tanto la experiencia como la imagen.