Alejandro Villa-Durán
Jalisco, 1993
Alejandro Villa-Durán
Alejandro Villa-Durán (Jalisco, 1993) es graduado por el Royal College of Art, Londres. Previamente estudió Diseño Textil en Central Saint Martins Londres.
El punto de partida la obra pictórica y escultórica de Alejandro Villa-Durán es la “coreografía intuitiva”, término que condensa una repetición metodológica: salir, desplazarse para volver y luego trazar el recorrido. En general, estos viajes fuera de la ciudad buscan que el cuerpo se convierta en el medio para una presencia atenta en su entorno. La apuesta no es por una interpretación de lo natural, sino por una relación singular que permite al cuerpo general un diferencial al verse afectado por el encuentro: es decir, por lo imprevisible. La sensación se abre y la percepción responde no precipitando los signos, sino estableciendo una línea de interpretación, una posición -con vistas a ser compartida- sobre lo experimentado.
Al regresar, comienza la segunda parte del proceso. Pensando en la producción como una especie de tránsito, suele trabajar en series que me permiten explorar lo vivido y lo experimentado, al tiempo que éste se ve afectado por los materiales y las condiciones de cada medio.
En pintura, el límite es la propia paleta de colores, que el artista selecciona antes de empezar. Más que una representación, la pintura es una coreografía que empieza y termina con el cuerpo: la mano traza, pero el cuerpo se mueve sobre el lienzo. Esto emite una temporalidad ligada al trance entre pintura y memoria; la pintura es la presencia frente al cuadro, mientras que la memoria (del viaje que precede a la práctica) es el contrapunto que construye el ritmo de la composición. En ella, la superposición de marcas y manchas es tan relevante como el vacío que sustenta tanto la experiencia como la imagen.
El punto de partida la obra pictórica y escultórica de Alejandro Villa-Durán es la “coreografía intuitiva”, término que condensa una repetición metodológica: salir, desplazarse para volver y luego trazar el recorrido. En general, estos viajes fuera de la ciudad buscan que el cuerpo se convierta en el medio para una presencia atenta en su entorno. La apuesta no es por una interpretación de lo natural, sino por una relación singular que permite al cuerpo general un diferencial al verse afectado por el encuentro: es decir, por lo imprevisible. La sensación se abre y la percepción responde no precipitando los signos, sino estableciendo una línea de interpretación, una posición -con vistas a ser compartida- sobre lo experimentado.
Al regresar, comienza la segunda parte del proceso. Pensando en la producción como una especie de tránsito, suele trabajar en series que me permiten explorar lo vivido y lo experimentado, al tiempo que éste se ve afectado por los materiales y las condiciones de cada medio.
En pintura, el límite es la propia paleta de colores, que el artista selecciona antes de empezar. Más que una representación, la pintura es una coreografía que empieza y termina con el cuerpo: la mano traza, pero el cuerpo se mueve sobre el lienzo. Esto emite una temporalidad ligada al trance entre pintura y memoria; la pintura es la presencia frente al cuadro, mientras que la memoria (del viaje que precede a la práctica) es el contrapunto que construye el ritmo de la composición. En ella, la superposición de marcas y manchas es tan relevante como el vacío que sustenta tanto la experiencia como la imagen.