07.05.25 –
04.07.25
A contraluz – Blanca Guerrero
A contraluz es la primera exposición individual de Blanca Guerrero (Madrid, 1990) en Pradiauto. El proyecto se compone de una selección de pinturas al óleo y fotografía analógica realizadas en los últimos años que marca la consolidación de un lenguaje tan abierto como secreto.
Hay un momento en el que el paisaje se desvanece, justo antes de que caiga la noche. En ese espacio trabaja Blanca Guerrero. A contraluz, su nueva exposición en Pradiauto, no aporta claridad. Te mantiene en un espacio intermedio, donde no se trata de “ver” algo sino más bien de adaptarse, como si la vista aún se estuviera haciendo al entorno.
El título -A contraluz- dice mucho sin concretar nada. Sabemos lo que significa, sugiere algo visto desde el lado opuesto a la luz. Una figura o un espacio que se desdibuja por el exceso de iluminación. La poeta y filósofa española María Zambrano, cuya obra transitaba entre el misticismo, el exilio y la razón poética, escribió que "la claridad no reside en la luz, sino en la sombra donde la luz se recoge". La obra de Guerrero vive precisamente en esa sombra, no como ausencia, sino como espacio denso y sensible donde la visión es menos reconocimiento y más intuición.
En su obra, que abarca fotografía y pintura, Guerrero se inclina por los tonos oscuros y turbios: verdes terrosos, negros, grises. Las fotografías (Morcuera, La Dehesa, Famara) no intentan mostrar paisajes de gran dramatismo, son más bien fragmentos o impresiones, lugares a medio guardar en la memoria. Las pinturas siguen la misma lógica: contornos difuminados, superficies desgastadas o borradas, como si algo hubiera estado allí pero no hubiera permanecido.
Nunca hay un punto de vista claro. Las imágenes no tienen horizonte como referencia. Están cerca, situadas a poca altura, a veces un poco perdidas. La idea habitual de la perspectiva, de que la espectadora está "fuera" de la imagen, no sirve en este caso. Estás dentro, formas parte de la niebla o la negrura.
No se trata de representar paisajes. Se trata más bien de cómo nos movemos por ellos o cómo siguen con nosotros. Hay algo temporal en la obra: el paso del tiempo, las cosas que se desvanecen. Es como intentar recordar un lugar en el que no has estado en años. O la forma en que la luz perdura justo después de desaparecer. Al final, hay cierta ternura en toda esta oscuridad. Esta obra no requiere explicación, simplemente te acompaña y, poco a poco, vas acostumbrando la vista.
Tony Tremlett, mayo 2025
Traducción de Ana Larrea
La oscuridad es negra. Así es como la vemos, sabemos que está. Así es como dejamos de ver lo que esconde. Pero la oscuridad no es una presencia – o ausencia – estática y total. La mirada se ajusta a sus condiciones, y así aparecen grados, siluetas, distinciones—entrevemos.
Descubrimos algo que antes no veíamos: donde antes había solo oscuridad ahora hay luz, forma, color. La oscuridad resulta no ser, después de todo, un sinónimo de negritud. De hecho, no es necesario pensar en la oscuridad como un telón o un manto, como un tejido que esconde. Sin sombra no hay volumen, y el exceso de luz también es capaz de cegar. Algo entrevisto es algo que no alcanzamos a ver del todo, que no conseguimos ver en sus propios términos. Pero ¿cuáles son esos términos? ¿y sobre qué se sustentan?
Si la luz y la oscuridad constituyen la materialidad misma de la percepción, entonces la realidad de un objeto, o mejor dicho, de un momento, puede ser su entrevisión. Las rieles del sol sobre el mar, con su juego de deslumbres momentáneos, ¿no son una parte indisoluble de nuestra forma de visualizarlo? O la difuminación de contornos que se da cuando presenciamos un paisaje en fuga, ¿no es lo primero que imaginamos cuando pensamos en un viaje en coche o en tren?
La ofuscación, la confusión, el desbordamiento conforman una parte de la vida igual de común y esencial que la claridad, la nitidez. Estos momentos nos pertenecen y conforman; así también sus paralelismos anímicos. La entrevisión nos revela el mundo en un estado transitorio y provisional, no indefinido sino en un estado posterior o anterior a su definición, en el que sus posibilidades no se han colapsado.
Guillermo Izquierdo
Hay un momento en el que el paisaje se desvanece, justo antes de que caiga la noche. En ese espacio trabaja Blanca Guerrero. A contraluz, su nueva exposición en Pradiauto, no aporta claridad. Te mantiene en un espacio intermedio, donde no se trata de “ver” algo sino más bien de adaptarse, como si la vista aún se estuviera haciendo al entorno.
El título -A contraluz- dice mucho sin concretar nada. Sabemos lo que significa, sugiere algo visto desde el lado opuesto a la luz. Una figura o un espacio que se desdibuja por el exceso de iluminación. La poeta y filósofa española María Zambrano, cuya obra transitaba entre el misticismo, el exilio y la razón poética, escribió que "la claridad no reside en la luz, sino en la sombra donde la luz se recoge". La obra de Guerrero vive precisamente en esa sombra, no como ausencia, sino como espacio denso y sensible donde la visión es menos reconocimiento y más intuición.
En su obra, que abarca fotografía y pintura, Guerrero se inclina por los tonos oscuros y turbios: verdes terrosos, negros, grises. Las fotografías (Morcuera, La Dehesa, Famara) no intentan mostrar paisajes de gran dramatismo, son más bien fragmentos o impresiones, lugares a medio guardar en la memoria. Las pinturas siguen la misma lógica: contornos difuminados, superficies desgastadas o borradas, como si algo hubiera estado allí pero no hubiera permanecido.
Nunca hay un punto de vista claro. Las imágenes no tienen horizonte como referencia. Están cerca, situadas a poca altura, a veces un poco perdidas. La idea habitual de la perspectiva, de que la espectadora está "fuera" de la imagen, no sirve en este caso. Estás dentro, formas parte de la niebla o la negrura.
No se trata de representar paisajes. Se trata más bien de cómo nos movemos por ellos o cómo siguen con nosotros. Hay algo temporal en la obra: el paso del tiempo, las cosas que se desvanecen. Es como intentar recordar un lugar en el que no has estado en años. O la forma en que la luz perdura justo después de desaparecer. Al final, hay cierta ternura en toda esta oscuridad. Esta obra no requiere explicación, simplemente te acompaña y, poco a poco, vas acostumbrando la vista.
Tony Tremlett, mayo 2025
Traducción de Ana Larrea
La oscuridad es negra. Así es como la vemos, sabemos que está. Así es como dejamos de ver lo que esconde. Pero la oscuridad no es una presencia – o ausencia – estática y total. La mirada se ajusta a sus condiciones, y así aparecen grados, siluetas, distinciones—entrevemos.
Descubrimos algo que antes no veíamos: donde antes había solo oscuridad ahora hay luz, forma, color. La oscuridad resulta no ser, después de todo, un sinónimo de negritud. De hecho, no es necesario pensar en la oscuridad como un telón o un manto, como un tejido que esconde. Sin sombra no hay volumen, y el exceso de luz también es capaz de cegar. Algo entrevisto es algo que no alcanzamos a ver del todo, que no conseguimos ver en sus propios términos. Pero ¿cuáles son esos términos? ¿y sobre qué se sustentan?
Si la luz y la oscuridad constituyen la materialidad misma de la percepción, entonces la realidad de un objeto, o mejor dicho, de un momento, puede ser su entrevisión. Las rieles del sol sobre el mar, con su juego de deslumbres momentáneos, ¿no son una parte indisoluble de nuestra forma de visualizarlo? O la difuminación de contornos que se da cuando presenciamos un paisaje en fuga, ¿no es lo primero que imaginamos cuando pensamos en un viaje en coche o en tren?
La ofuscación, la confusión, el desbordamiento conforman una parte de la vida igual de común y esencial que la claridad, la nitidez. Estos momentos nos pertenecen y conforman; así también sus paralelismos anímicos. La entrevisión nos revela el mundo en un estado transitorio y provisional, no indefinido sino en un estado posterior o anterior a su definición, en el que sus posibilidades no se han colapsado.
Guillermo Izquierdo